Por. Cándida Figuereo
Opinión
Opinión
Aquella familia, ubicada en un
escenario humilde, tenía intrínsecamente un gran interés por la superación de su
prole en buena lid. Ese propósito le llevó a cambiar de escenario en más de una
ocasión en pro de un objetivo que consideraba primordial e ineludible: la
escolaridad de sus hijos.
El padre y la madre eran
modelos a seguir en las respectivas
áreas que les identificaba, pero la mamá no cogía corte de ninguna índole si no
había escuela para los hijos y entonces
se trasladaban a otro lugar, obstinada en dejar huellas positivas en su
descendencia.
El interés de esos
progenitores tuvo el fruto esperado al ver a los hijos convertidos en profesionales
en ejercicio en las respectivas áreas a la que se dedicaron.
Esa formación dio lugar a que
otros familiares siguieran la ruta de la escolaridad. De ahí que es elemental
que padre y madre se involucren en dar
una buena formación a sus muchachos.
Lo anterior conlleva estar atento
a lo que hacen los hijos e incluso observar con quienes se juntan, por aquello
de que una mala oveja echa a perder un rebaño.
El padre o la madre deben
involucrarse asistiendo a las reuniones que convocan los colegios y/o escuelas, conversar con el maestro o maestra sobre el comportamiento
del alumno, revisar sus tareas e indagar si salen del plantel.
Ese seguimiento es fundamental
y evita ulteriores pesadillas. Si son menores se debe controlar lo que ven en
las redes sociales. Con la convulsión tecnológica hay que tener cuidado respecto
a lo que conviene o no ver a los hijos que adolecen de madurez para reflexionar
adecuadamente..
Las huellas positivas no son fruto de la nada,
sino de la constancia en lo que se persigue. No pocos padres se quejan del
desvío de sus vástagos. A veces da brega encausarlos por el carril
correspondiente, pero se puede lograr. Tú puedes.