MUNDO.-
La Navidad conmemora el nacimiento histórico de Jesús, es decir, celebra
el misterio de Dios hecho hombre, o la manifestación del Señor en la
historia. Es una de las fiestas religiosas más importantes de los calendarios
occidentales religiosos y civiles, que marcan los ritmos laborales y
festivos de medio mundo.
1.
Las «Navidades»
Más
que de «Navidad», puede hablarse de «Navidades», según se entienda y se
viva el hecho navideño. En primer lugar, según el calendario litúrgico,
se celebra desde el siglo IV la Natividad del Señor o el nacimiento de
Jesús, Salvador del mundo. El sentido de la fiesta litúrgica navideña lo
dan los relatos evangélicos de la infancia, que nos hablan de la
presencia del Dios cristiano entre nosotros.
En
segundo lugar, según el calendario religioso popular, la Navidad es una
fiesta entrañable, sensible y bulliciosa -contrapunto del Viernes Santo-,
que festeja el nacimiento «en el portal de Belén» del Hijo de María como
niño-Dios, cuya imagen se besa y se le cantan villancicos. Son propios de
esta fiesta los «belenes» o «nacimientos» y los «árboles navideños».
Finalmente,
para el calendario comercial la Navidad es una fiesta predominantemente
social que da lugar a iluminaciones públicas, ventas abrumadoras,
felicitaciones con tarjetas apropiadas, intercambio de regalos, programas
televisivos especiales, salas de fiestas y cenas suculentas. En la actual
sociedad secularizada, las Navidades son fiestas de invierno, con el prólogo
de la lotería extraordinaria, el intermedio del año nuevo y el epílogo de
la cabalgata de Reyes con los juguetes infantiles. En los días navideños,
coincidentes con los finales del año civil, se desorbita todo, quizá por
ser un tiempo intensamente festivo, popular y hogareño a la vez. Se
acumula tanto en tan pocos días que uno se siente abrumado y aturdido.
Según
una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas de 1989, el 60%
de los entrevistados considera las Navidades «fiestas alegres en las que
la mayoría de la gente disfruta»; un 20% cree que no son «ni tristes ni
alegres», y un 18% piensa que son «más bien tristes». Una mayoría (el
60%) considera que hoy son las fiestas navideñas menos religiosas que
antes. Incluso algunos ignoran qué se celebra en estos días. Lo cierto es
que el 90% celebra la nochebuena en el hogar familiar. El fin de año se
reparte entre la familia (60%) y los amigos (30%).
2.
El sentido de la Navidad NV-SENTIDO:J/SOL:
En
medio de un clima navideño ruidoso y sosegado, tenso y relajado,
pretendemos los cristianos celebrar la Navidad. ¿Con qué sentido?
Recordemos que el natalicio de Jesús fue fruto de la inculturación
cristiana de una fiesta romana anterior, dedicada ese mismo día al
natalis solis invicti, o nacimiento del sol, pues a partir de esa fecha
comienza a crecer el astro, según cálculos de los antiguos. La Navidad
aparece como cristianización del solsticio de invierno, ya que Cristo es
el «sol de justicia» (Mal 3,20), «astro que nace de lo alto» (Lc 1,78) y «luz
para alumbrar a las naciones» (Lc 2,32). No hay, pues, rechazo, sino
asunción de una realidad humana y religiosa. En los comienzos, la Navidad
y la Epifanía eran la doble cara de una sola fiesta celebrada en
Occidente (el 25 de diciembre) y en Oriente (el 6 de enero). Se
distinguieron las dos fechas desde finales del siglo IV o comienzos del
siglo V.
De
acuerdo con la teología de la Navidad, el Verbo de Dios adquiere la
experiencia humana de la compasión o solidaridad. La encarnación de Jesús
es «abajamiento» que termina en la muerte, inicio de su retorno glorioso
al Padre. La Navidad es el primer capítulo de la Pascua: nos descubre a
los creyentes quién es Jesús y cuál es su buena noticia. Por
consiguiente, el primer mensaje de la Navidad es la entrañable humanidad
de Dios, el «Dios con nosotros» revelado en Jesús o el misterio de Dios
hecho hombre.
El
segundo mensaje, consecuencia del primero, es la divinización del hombre
en virtud de la fecundidad de la «sombra del Altísimo». Lo dijo san Agustín
con palabras atrevidas: «Dios se ha hecho hombre para que el hombre se
haga Dios». Como consecuencia de este «admirable intercambio», toda la
creación está en trance de ser recreada: la naturaleza es buena en su ser
profundo, y la historia cobra sentido con la «gloria de la resurrección»
de la Pascua, que es la «nueva Navidad». La Navidad es la fiesta del
optimismo cristiano respecto de la humanidad y del mundo.
La
Navidad cristiana nos muestra la pobreza en la que se encarna Dios y nos
invita a compartir nuestros bienes con los más necesitados. Manifiesta
que Dios «se ha hecho en todo semejante a los hombres» (Flp 2,7) y ha
dado a conocer «la benignidad y el amor» entre nosotros. Ante la grandeza
del misterio de Dios encarnado, la actitud de la Iglesia y de los
cristianos es de admiración, alabanza, contemplación y agradecimiento. La
Navidad es un júbilo o un gozo. En torno a la Navidad todo es nacimiento,
iluminación, villancicos, adoración y coros angélicos de alabanza: «Gloria
a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama».
3.
La celebración de la Navidad
Una
primera condición cristiana para celebrar la Navidad es la voluntad
personal y comunitaria de vivir el misterio de esta fiesta a la luz de la
fe, en un clima de sosiego y de paz. La segunda es tomar conciencia de lo
que significa profundamente la Navidad, a saber, la manifestación de Dios
hecho hombre o el nacimiento entre nosotros de Jesucristo. La tercera
reside en asumir la realidad festiva humana, social y familiar del fenómeno
de las Navidades.
En
las Navidades se dan diversas dimensiones significativas: una es psicológica
o psicoterapéutica, como el retorno al nacimiento (año nuevo,
virgen-madre y binomio madre-hijo); otra es meramente religiosa, como la
renovación y santificación de la existencia (presencia de lo divino,
nostalgia de lo religioso); por último, está la dimensión cristiana,
centrada estrictamente en la Epifanía de Jesús, el Salvador. Para vivir
esta experiencia cristiana disponemos, sobre todo, de la extraordinaria
simbólica navideña, en la que podemos destacar los relatos de la
infancia, las celebraciones litúrgicas, las dramatizaciones populares y
las costumbres de la religiosidad tradicional. Examinemos estos
componentes pastorales de la Navidad.
a)
Los relatos de la infancia de
Jesús
Los dos relatos evangélicos de la infancia se leen en la liturgia del ciclo de la Navidad, desde el 25 de diciembre al 6 de enero. Fueron escritos por Lucas (se centra en María) y por Mateo (se centra en José) para mostrar que Jesús es el Hijo de Dios. Su objetivo es el crecimiento de nuestra fe y piedad, no la mera satisfacción de la curiosidad. Lo que ocurrió a Jesús en su vida pública se observa ya en la infancia: es aceptado por los sencillos (pastores) y extranjeros (Magos) y es rechazado por los poderosos (Herodes). Jesús es Hijo de Dios, pero nacido de mujer; es pobre de bienes y rico de Espíritu; es obediente y es libre. Los dos relatos muestran la identidad de Jesús: profeta del Altísimo, Mesías o Cristo anunciado, Primogénito, Hijo de Dios, Salvador, Señor.
Los dos relatos evangélicos de la infancia se leen en la liturgia del ciclo de la Navidad, desde el 25 de diciembre al 6 de enero. Fueron escritos por Lucas (se centra en María) y por Mateo (se centra en José) para mostrar que Jesús es el Hijo de Dios. Su objetivo es el crecimiento de nuestra fe y piedad, no la mera satisfacción de la curiosidad. Lo que ocurrió a Jesús en su vida pública se observa ya en la infancia: es aceptado por los sencillos (pastores) y extranjeros (Magos) y es rechazado por los poderosos (Herodes). Jesús es Hijo de Dios, pero nacido de mujer; es pobre de bienes y rico de Espíritu; es obediente y es libre. Los dos relatos muestran la identidad de Jesús: profeta del Altísimo, Mesías o Cristo anunciado, Primogénito, Hijo de Dios, Salvador, Señor.
En
realidad son relatos secundarios redactados en un género literario
distinto del resto de los evangelios. No se pueden tomar ni al pie de la
letra ni como textos legendarios. Pertenecen al género rabínico del
midrash, a saber, son composiciones libres sobre un hecho o sobre una
persona (Jesús es el Salvador) con la intención de recalcar su entronque
con la voluntad de Dios. Para lograrlo se añaden aspectos fantásticos. A
los evangelistas les preocupa comunicar quién es Jesús, cómo nace, dónde
nace y de dónde es. Estos dos relatos han influido considerablemente en
pintores, escultores, dramaturgos y poetas. Pero al mismo tiempo estos relatos
han recibido críticas racionalistas por la presencia en los mismos de lo
maravilloso: ángeles, magos, estrellas, etc. Sin duda, han conformado la
piedad básica del catolicismo popular.
b)
Los ritos navideños
El
25 de diciembre es la fiesta más importante del ciclo navideño. Tiene
cuatro eucaristías diferentes (vigilia y tres misas del día), además de
las horas del oficio divino. La costumbre romana de que el papa celebre
tres misas en Navidad, establecida ya en el siglo XVI, pasó entonces a
toda la cristiandad. Ante la grandeza del misterio de Dios encarnado, la
actitud del pueblo de Dios es de admiración, alabanza, agradecimiento y
contemplación. La Navidad es un júbilo o un gozo. Se pone de manifiesto bajo
el género musical de los villancicos, dentro y fuera de las celebraciones
litúrgicas. Asimismo, el teatro religioso popular celebra la encarnación
de Jesús mediante la dramatización de las pastorelas.
c)
Las costumbres navideñas
Durante
la Navidad se reúnen en familia los componentes de la misma. Son días de
encuentro, caracterizados por la abundancia y calidad de la comida, el
obsequio o los regalos y las felicitaciones mutuas mediante tarjetas
especialmente diseñadas. La acumulación de fiestas, al celebrar en estos
días el final del año civil (nochevieja), y la coincidencia con las
vacaciones escolares transforman los días de la Navidad en unos intensos
días festivos. Las máximas autoridades civiles (reyes y jefes de Estado o
de gobierno) o religiosas (el Papa) aprovechan este momento navideño y de
cambio de año para dirigir mensajes especiales a sus súbditos o fieles
con deseos de felicidad y de paz.
La
Navidad se conmemora de un modo especial con los nacimientos o belenes.
Aunque existen bajorrelieves del pesebre navideño en algunos sarcófagos
de los siglos IV y V, el promotor de los nacimientos fue san Francisco de
Asís, cuando en 1226 (tres años antes de su muerte) inauguró el primero
en Greccio. Lo hizo en el valle de Rietti, fue invitado el pueblo a
asistir con luces y se celebró una eucaristía, en la que el santo hizo de
diácono y predicó la homilía. La tradición de los «belenes» arraigó en Nápoles,
de donde pasó a España en el reinado de Carlos IV. La moda de los
presepis o pesebres se difundió en Cataluña y Levante. Es conocido el
nacimiento murciano de Salzillo (456 figuras de personajes y 372 de
animales). Son episodios muy comunes en los belenes la anunciación, la búsqueda
de posada, el portal, el anuncio a los pastores, la adoración de los
magos y la huida a Egipto.
El
árbol de Navidad, adornado con luces y objetos diversos, se generalizó en
muchos países con un sentido cristiano en el siglo XIX. Sus orígenes son
paganos y se remontan al rito de las «noches rigurosas» (entre el 25 de
diciembre y el 6 de enero), en las que el pueblo encendía luces y colgaba
ramas verdes para ahuyentar a los malos espíritus. Hoy el árbol de Navidad
es símbolo de Cristo, árbol de la vida; las luces significan la «luz del
mundo» nacida en Belén. En España, un 35% prefiere adornar sus casas en
Navidad con el belén, y otro 34% lo hace con el árbol.
Los
regalos de Navidad tienen su origen en los «strenae» romanos. Es natural
que la alegría del nacimiento de Cristo la comuniquen los cristianos
entre sí con la costumbre del regalo, ya sea en Navidad (países sajones)
o en Epifanía (países latinos). El 61% de los españoles prefieren hacer
sus regalos en el día de Reyes, y un 20% los hacen en Navidad, por la
influencia cada vez más acusada de «Papá Noel», sobre todo entre los más
jóvenes.
También
son típicas de la Navidad la abundancia de comida y la peculiariedad de
algunos productos de pastelería, especialmente el turrón. Esto contrasta
con la escasez del Tercer Mundo. Lógicamente, no pueden ser aprobados los
excesos, pero tampoco cabe una condenación de algunas muestras llamativas
de la Navidad. Las costumbres de la Navidad deben ser justificadas como
manifestaciones de paz y de alegría, abiertos los creyentes al misterio
de la presencia de Dios con nosotros.