Por Cándida Figuereo
Opinión
Opinión
En mi enseñanza hogareña aprendí que hay
seres humanos que incuban en ti un amor
especial cuya valía es tan excelsa que no hay dinero que pueda comprar ese afecto, como es el que
nos profesan el padre y la madre desde que nacemos.
Salvo las excepciones propias de toda regla, el padre y la
madre nos aman, nos miman, se preocupan
por nuestra alimentación, porque vayamos
a la escuela, en verificar que los hijos
hagan las tareas indicadas por los
maestros y porque la ropa esté limpia al
igual que los zapatos.
De igual modo es de su interés que los hijos se aprendan sus tareas, de velar
por lo que comen, de arreglar sus camas para que se acuesten a una hora
determinada cuando no han pasado a la adultez.
Y si los hijos enferman, vaya usted a saber, los cuidan en un 100% y se
mantienen en zozobra hasta ver su
estabilidad.
Y es que la vida de los hijos es la propia vida del padre y de
la madre. Una vida que no tiene precio para los un verdaderos progenitores.
Esta simbiosis entre padre, madre e hijos suele prologarse
más allá de cuando éstos últimos forman su propia familia, pero sin incidir en
asuntos que puedan dañar salvo una
situación que sea siempre para mejorar y respetando su voluntad.
El lazo entre papá, mamá e hijos siempre se mantiene con respeto y amor.
ES PENOSO
El padre y a madre velan por sus hijos sin pensar en
recompensas, porque su amor no tiene precio. Sin embargo hay algunos hijos que
se olvidan de sus padres, principalmente si esos progenitores viven en pobreza.
Olvidan que ese padre y madre económicamente pobres hicieron
todo el esfuerzo para que estudiaran. Son hijos e hijas que tras su buen statu,
se encuentran al menos a sus
progenitores, rara vez lo ven y no les mencionan porque les ven como una vergüenza.
Tampoco le llaman vía telefónica para saber cómo se
encuentran. En los respectivos trabajos de esos hijos ingratos (hembras y
varones), nadie se imagina que esos bárbaros
tratan a su papá y a su mamá con desprecio. Esos padres y madres son
pobres, pero con dignidad.
A todos esos padres y madres que dedicaron sus vidas para que
sus hijos echaran hacia adelante y para
aquéllos que no pudieron hacer nada por sus vástagos, quien sabe por qué
circunstancia, vaya nuestro saludo y afecto.
A DON MOLINA MORILLO
En El Nacional, donde hice mis primeros ensayos para entrar
al periodismo, conocí al Dr. Rafael Molina Morillo. Guardo gratos recuerdos de
ese momento en el periódico porque me permitió abrir un poco mis alas en este adorable oficio de
periodista.
Para mi él sigue viviendo y de manera expresa usualmente no
acudo a velatorios. A Don Molina Morillo no le he visto morir y por eso no
morirá en mis recuerdos. Amén.