En cuatro días de protestas, la policía los atacó
con balas y gases lacrimógenos. Decenas de ellos murieron. Muchos de
los que sobrevivieron se atrincheraron en una universidad de Managua y,
pese al temor de ser perseguidos, se pusieron al frente de las demandas
de la población para exigir la salida de la pareja presidencial. A las
puertas del diálogo con el gobierno, los estudiantes tienen el reto de
organizarse para canalizar el descontento de su país.
Detenidos por protestas en Nicaragua fueron liberados rapados y golpeados
MANAGUA, Nicaragua.- Un enjambre de jóvenes se arremolina en el portón blanco de acceso a la
Universidad Politécnica (Upoli).
Muchos tienen sus rostros cubiertos con pañoletas, gorras o camisetas
que solo dejan al descubierto sus ojos. Es el último punto de acceso a
una fortaleza protegida por barricadas y anillos de seguridad
conformados por estudiantes y muchachos de la colonia Rafaela Herrera de
Managua que están armados con piedras y morteros.
Es lunes, 23 de abril, el sexto día de las protestas que han puesto en jaque al presidente
Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo.
Los adoquines levantados en el suelo, las cenizas de llantas quemadas,
los restos de botellas de agua, basura y cócteles molotov caseros dan fe
de la batalla que se vivió la noche anterior, cuando la policía
reprimió a los estudiantes de diferentes universidades que llevan días
atrincherados en la Upoli plantándole cara al gobierno. El ataque dejó
un estudiante muerto y una decena de heridos. "Ayer estuvimos peleando desde las 2 de la tarde hasta
aproximadamente las 3 de la mañana. Yo estaba en el portón y gritaban:
'¡Médico, médico!', cuenta Carlos Alberto, un estudiante de diseño
gráfico de 21 años convertido en uno de los responsables de la seguridad
del edificio que durante días se convirtió en el principal bastión de
la resistencia en Nicaragua.
El joven moreno y delgado que cubre su pelo con una gorra de los
Chicago Bulls camina a paso ligero por el patio de la universidad, donde
decenas de jóvenes se resguardan del sol bajo un techo metálico y
organizan las provisiones recibidas. En una de las salas del edificio
que el día anterior hizo las funciones de enfermería con varias mesas
dispuestas como camillas para atender a los heridos, varios estudiantes
con los rostros cubiertos muestran los cartuchos de las balas que
recogieron tras el ataque. "Él (Daniel Ortega) mandó a la policía orteguista a matarnos. Hubieron (sic) muchos heridos",
lamenta un estudiante de Ingeniería Agraria que se identifica como
'Verde'. El joven lleva una bata quirúrgica y guantes y cubre su rostro
con camiseta gris a modo de burka. "Hay compañeros que han muerto y eso
nos duele a cada uno de nosotros", dice tratando de evitar las lágrimas.
"Esta mierda no va a quedar así. Daniel Ortega y Rosario Murillo se
tienen que ir. Es una dictadura que nos tiene oprimidos a nosotros como
estudiantes y al pueblo como nación".
El día anterior, el 22 de abril, en un gesto inédito en sus 11 años consecutivos en la Presidencia, Daniel Ortega
prometió dar marcha atrás al polémico decreto de reforma a la seguridad social que
había provocado las protestas y llamó a un diálogo nacional. Pero, tras
días de represión y muertos, sus declaraciones no fueron suficientes
para una población que ha perdido el miedo y que desde hace casi dos
semanas
no ha dejado de salir a las calles ni un solo díapara pedir la renuncia de la pareja presidencial y que les garanticen sus libertades democráticas.
El
discurso de Ortega tampoco hizo que acabara la violencia policial. Solo
horas después de que hablara de paz a los nicaragüenses, varios agentes
cargaron contra los estudiantes atrincherados en la Upoli. Y aunque ese
fue el último acto de la terrible represión registrada en Nicaragua
entre el 19 y el 22 de abril, desde entonces no han parado de subir las
cifras de víctimas en el conteo que hacen dos organizaciones
independientes que tratan de confirmar la identidad de los cadáveres
llegados a las morgues y los hospitales durante esos días
Según el
Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh),
ya hay 43 fallecidos, entre ellos dos policías, mientras que la
Comisión Permanente de los Derechos Humanos (CPDH) sitúa esa cifra en
63. También está por determinar el número final de heridos,
desaparecidos y las personas que siguen detenidas por las protestas,
pero estos números convierten a esta matanza en la peor en Nicaragua
desde el final de la guerra en la década de 1990.
Los estudiantes
aceptaron la semana pasada unirse a la mesa de diálogo con el gobierno
en la que también participarán el Consejo Superior de la Empresa Privada
(Cosep) y que tendrá a la iglesia católica como garante. Pero son los
jóvenes quienes tienen ahora el reto de canalizar el descontento de la
población de Nicaragua. Ellos fueron quienes se pusieron al frente de
las protestas y de la resistencia al gobierno de Ortega,
se llevaron lo peor de la represión y se ganaron el cariño de los ciudadanos que los abastecieron con comida, agua y medicinas y
salieron masivamente a las calles para pedir que dejaran de reprimirlos.
Estudiantes sorteando balas
En
Nicaragua, muchos coinciden en señalar que las protestas por las
reformas a la seguridad social que comenzaron la semana pasada fueron
solo la "gota que rebasó el vaso", como señala Carlos Tünnerman,
exrector de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAM) y
exembajador de Nicaragua en la Organización de Estados Americanos (OEA).
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Tünnerman afirma que, pese a que las organizaciones estudiantiles han
estado tradicionalmente aliadas al sandinismo desde el fin de la
guerra, en los últimos 11 años del gobierno de Ortega "se fueron
acumulando atropellos, abusos y violaciones de derechos humanos" que, a
su juicio, han hecho que sistemáticamente se haya "derrumbando la
constitucionalidad democrática".
Los chavalos, como les llaman a
los jóvenes en Nicaragua, comenzaron a manifestarse a mediados de abril
por la que consideraban la negligente
respuesta del gobierno ante el incendio de la reserva biológica de Indio Maíz,
en el sur del país. El 12 de abril, un grupo de estudiantes convocados a
través de las redes sociales con la etiqueta #SOSIndioMaiz salió a
protestar y
fue reprimido por la policía antimotines y las turbas sandinistas, jóvenes afines al gobierno que actúan como grupos de choque. Cuatro días más tarde, el anuncio de la polémica reforma de la
seguridad social echó más gasolina al descontento de la población e
incomodó al Cosep, la principal patronal nicaragüense que durante años
había consensuado sus decisiones con el gobierno de Ortega. El miércoles
18, el presidente oficializó la propuesta con un decreto presidencial,
lo que desató mayores protestas y lo peor de la represión.
El 19
de abril, grupos de antimotines y turbas sandinistas cargaron contra los
estudiantes de la Universidad Centroamericana (UCA) y la Universidad
Nacional de Ingeniería (UNI) que protestaban pacíficamente. Tras ser
atacados con balas de goma y gases lacrimógenos, los jóvenes comenzaron a
defenderse con palos, piedras y morteros de fabricación casera.
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"Al primer momento, lo que sentimos era susto porque era la primera
vez que había pasado algo así en mi vida. Lo había visto en historia, lo
había visto en video pero nunca esperé verlo yo y menos porque mi papá
es periodista y tengo fotos de la guerra que había pasado mi país",
cuenta Isabel Orozco, una estudiante de Derecho de la UCA de 18 años que
fue alcanzada por dos balas de goma en la espalda y un glúteo.
Aquella
noche, la joven pasó unas horas escondida en una colonia aledaña a su
universidad protegiéndose del gas lacrimógeno, donde los vecinos
acogieron y defendieron a los estudiantes que estaban siendo atacados.
"Ya no era por la reserva de Indio Maíz, ya no era por la reforma del
INSS (Instituto Nacional de la Seguridad Social), era porque nos
estaban atacando. Estaban atacando al pueblo", afirma. "Estábamos
cansados de lo que estaba haciendo el presidente Daniel Ortega y la
vicepresidenta, su señora, Rosario Murillo. Sentíamos la represión y no
entendíamos el porqué del ataque. No estábamos haciendo nada malo, nos
estábamos levantando para una protesta, una manifestación, las cuales no
están prohibidas".
Detenidos por protestas en Nicaragua fueron liberados rapados y golpeadosUnivision
Por eso, Orozco decidió regresar al día siguiente a la protesta,
esta vez a la UNI. Pero aquel día, de los gases y las balas de goma, la
represión pasó a otro nivel y los estudiantes fueron atacados con
munición real. Según la estudiante, las balas salieron de las armas de
miembros de la Juventud Sandinista, afines al gobierno, que se habían
infiltrado entre los universitarios y comenzaron a dispararles por la
espalda cuando construían una barricada para tratar de defenderse.
"Llegaron a disparar a lo descosido. Nos atacaron como matadero de
ganado. Lastimaron a varios muchachos, mataron a varios", afirma.
Según
el registro del Cenidh, al menos un joven murió alcanzado por tres
disparos el 20 de abril en las intalaciones de la UNI. Otros dos
fallecieron por impactos de bala en las inmediaciones de Metro Centro,
un área cercana a esa universidad.
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Al día siguiente, el 21 de abril, Orozco se trasladó junto a una
amiga a la Upoli, el último bastión de los estudiantes, donde cientos de
ellos se refugiaron para defenderse de los ataques de los antimotines y
plantarle resistencia al gobierno de Ortega. En medio de la batalla,
los jóvenes atrincherados no tardaron en organizar una estructura para
sobrevivir y se dividieron en brigadas: la médica, la de seguridad, la
de limpieza, la de alimentación, la de municiones y la directiva.
También
habilitaron las instalaciones del campus para diferentes funciones: el
auditorio se convirtió en el área de comida y varias aulas pasaron a ser
salas médicas: una de observación, otra para casos críticos y otra para
quienes llegaban con intoxicaciones alimentarias. Además, asignaron
otros salones como farmacias y bodegas, donde recibían las múltiples
donaciones de comida, agua y medicinas que les hacía llegar la
población.
De envenenamientos de comida a amenazas
Al
poco de llegar a la Upoli, Isabel Orozco decidió anotarse en la brigada
médica porque se dio cuenta que era la mejor manera de ayudar. "Me uní
al cuerpo de medicina y aprendí los conocimientos de cómo suturar, cómo
atender una herida, cómo limpiarme las manos antes de atender a un
herido", explicaba la joven el miércoles 25 en las instalaciones de la
Upoli, donde el ambiente estaba más distendido tras el fin de la
represión. Pero, los primeros días, los universitarios tuvieron que adaptarse
rápido a la situación y sortear algunos temores que fueron surgiendo.
Cuando salían a defender sus instalaciones y, para evitar que, si los
capturaban, los identificaran y reprimieran a sus familias, no llevaban
su cédula, su carnet estudiantil ni teléfono. En su lugar, se pintaban
unas señas de identificación en el brazo. También empezaron a pedir
donaciones sólo de comida enlatada por miedo a ser envenenados después
de haber identificado varios casos de intoxicación.
"Han pasado un sinnúmero de cosas.
Nos han traído comida envenenada, nos han infiltrado comida con
vidrios molidos. Hace un día se infiltró un médico y andaba inyectando
con una aguja las aguas y una noche se infiltró un señor con una joven y
le andaba dando pastillas a los jóvenes que tenemos en los retenes (...)
Atendimos a 20 pacientes intoxicados para relajarse", contó Freddy
Martínez, un estudiante de márketing de 25 años con conocimientos de
fisioterapia que también se unió a la brigada médica.
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Con el paso de los días, y con el fin de la represión y la apertura
al diálogo, algunos de los estudiantes se fueron quitando los pañuelos,
las gafas o las camisetas con los que cubrían sus rostros, dejando de
lado sus motes y dando sus verdaderos nombres.
Sin embargo, para
otros, el miedo sigue vigente. Temen que, si el gobierno los identifica
como manifestantes, puedan perder sus trabajos en puestos públicos o sus
becas. "A compañeros de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua
(UNAN -pública-) amenazaron con quitarles las becas de estudio y aquí
los que estudian medicina nos tuvieron que apoyar clandestinamente. Los
tuvimos que ir a traer y a dejar a los refugios porque esos chavalos
pelean tanto por el cupo y los amenazan con sacarlos", cuenta Valeska
Valle.
El reto del diálogo Valle, alumna
de último año de contaduría de la UCA, ejerció como auxiliar médica
durante durante lo peor de la represión y ahora se ha convertido en
portavoz de los estudiantes. De cara al establecimiento de la mesa de
diálogo, los universitarios exigen que se garantice su seguridad y que
el gobierno se comprometa a no perseguir a los jóvenes que participaron
en las protestas.
"Estamos aquí para rechazar el autoritarismo, la demagogia, la
división y la mentira. Estamos aquí para dar inicio a una revolución
ciudadana en la que los estudiantes juramos defender la democracia y los
derechos de cada nicaragüense. Estamos aquí para rescatar la autonomía
universitaria a través de la organización de elecciones libres y
transparentes en cada recinto, con el objetivo de elegir a nuevos
representantes estudiantiles que defiendan los intereses de la comunidad
universitaria y no los intereses de un partido político", se puede leer
en un
manifiesto firmado por la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia este sábado.El
grupo, que aglutina a jóvenes de distintas universidades del país, ha
pedido una 'prórroga' hasta mediados de mayo para decidir quiénes los
representarán y consensuar una agenda. Además, han presentado unas
condiciones que consideran que deben darse para establecer el diálogo.
Entre otras cosas, los estudiantes piden que se haga justicia a las
víctimas, que los medios de comunicación tengan acceso a las
conversaciones, que haya representación de los familiares de los
fallecidos, que se libere a los detenidos durante las protestas, que se
castigue a los responsables de la represión y que se cree una comisión
independiente para investigar los crímenes.
Mientras los jóvenes se organizan, el país tiene los ojos puestos
en ellos de cara a un diálogo con el que un sector de la población teme
que el gobierno solo quiera ganar tiempo. El arzobispo auxiliar de la
Diócesis de Managua, monseñor Silvio Báez, un religioso crítico con el
gobierno de Ortega y una de las voces que se ha escuchado con más fuerza
en el país durante las protestas, los ha definido como "la reserva
moral de Nicaragua".Por su parte, el escritor y exvicepresidente
Sergio Ramírez dijo de ellos la semana pasada, tras recoger el premio
Cervantes, que
le están "devolviendo al país la moral perdida, o silenciada por el miedo, despertándolo de un sueño anestesiado”.
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En las últimas semanas, los estudiantes han dejado claras sus
prioridades al mantenerse firmes con sus demandas. "Parte de mí siente
que mi educación se ha desperdiciado", reconoce Carlos Antonio, el
estudiante de diseño gráfico que resguardaba la Upoli el día después del
último ataque. "Pero estoy luchando por algo que vamos a lograr. Cuando
esto acabe, Nicaragua va a estar en tranquilidad y paz, Nicaragua va a
ser libre".
En fotos: Las pancartas y los símbolos de los manifestantes en Nicaragua