Opinión
SANTO DOMINGO.- La historia nos enseña que las
naciones se forman y perduran cuando sus integrantes alcanzan la percepción de
ser una comunidad por su origen, etnia, religión y/o intereses socioeconómicos;
que generan identidad social; lo que les permite tener la confianza recíproca
necesaria para forjar su desarrollo espiritual y material, así como la defensa
común.
Por otra parte, esa identidad corre pareja con la
natural diferenciación con los vecinos que les rodean, cuando éstos compiten
por las mismas riquezas o recursos naturales.
Lo normal es que los pueblos en la medida en que se
educan, terminen definiendo y aceptando los límites de sus intereses comunes
con respecto a sus vecinos, generando tolerancia a las diferencias por encima
del afán de dominación de sus líderes y aspirantes a caudillos.
Así, el origen común puede buscarse en un animal
(totemismo), un astro o una región de alegada procedencia, su pertenencia a una
raza o etnia, el apego social a una creencia o secta religiosa, o bien a una
casta o clase social, constituyen elementos de toda sociedad humana.
Esos resortes psicosociales pueden ser utilizados para
impulsar el progreso y la cohesión social, pero también para generar violencia,
la intolerancia y la continuidad de un régimen político-social, oligárquico o
totalitario. Más aún, la supuesta identidad de origen, el racismo, el
fundamentalismo religioso y el odio de clases, sobre todo cuando es utilizado
para fines proselitistas o utilitarios, tienen un enorme poder destructivo y
tienden a alienar al hombre en torno a objetivos políticos y sociales, los que
pueden ser manipulados al margen de toda razón y sentido; lo que parece
conducir a la aniquilación de buena parte del género humano, que bien podría
culminar con el holocausto nuclear y mayores genocidios.
Estamos en el presente de un proceso apocalíptico,
cuyos principales “jinetes” son el chauvinismo, el fundamentalismo religioso,
el racismo y el clasismo; que cada día manifiesta mayores niveles de
destructividad, sobre todo cuando coinciden dos o más de estos fenómenos, o los
cuatro a la vez, como se produce en Palestina y otros países del Medio Oriente.
En la República Dominicana se han estado creando las
condiciones para que extremistas se beneficien política y económicamente de la
manipulación mediática, el secuestro de las instituciones, la discriminación y
el continuismo descarado en la vida pública.
Así como Santo Domingo fue fusionado con Haití 1822 y
eso fracasó, no por diferencias raciales o religiosas, sino porque su identidad
nacional tiene raíces diferentes. Así como la cercanía territorial es opacada
por diferencias socio – económicas y actitudes difíciles de conciliar, porque
afectan el empleo y el comportamiento de la gran masa del pueblo. Del mismo
modo, en nombre de la fe religiosa se condena a las mujeres a tener hijos
anormales o de violadores, cuando no a quitarles la vida; mientras la
criminalidad común y la delincuencia político-económica parecen llevárselo a
todo por delante.
Los cuatro jinetes del apocalipsis siguen cabalgando
sobre el pueblo dominicano, hasta que sobrevenga la necesaria reacción
colectiva que corte la podredumbre que nos arropa a todos…