domingo, 10 de junio de 2012

Desafíos en la representación diplomática



Por. Manuel Morales Lama
El autor es presidente del Instituto Hispano Luso Americano de Derecho Internacional.
Sección de Opinión


En la actualidad, según los requerimientos de este tiempo, el prestigio internacional de los países depende, cada vez más, de la coherencia de su política exterior, de la adecuada actitud de sus funcionarios en el Servicio Exterior, y por supuesto, de la lealtad, capacidad y talento de éstos para salvaguardar y promover los intereses del Estado que representan (A. Plantey).
En el mismo contexto, es claro, que el conocimiento profundo de las relaciones internacionales, si bien conduce a la prudencia, condena la ligereza y la inconsistencia, asimismo, genera la autoridad y firmeza para la necesaria defensa de los intereses del propio Estado.
El nuevo escenario internacional reclama una visión multidisciplinaria frente a los desafíos contemporáneos, donde los problemas de coordinación y estrategia exigen una diplomacia sustentada en consensos internos: “Una diplomacia eficaz requiere metas claras y precisas, en adición al hábil manejo de los medios modernos de comunicación y una objetiva percepción del contexto internacional actual” (C. de Icasa). Y, naturalmente, al más amplio y bien sustentado conocimiento de los aspectos fundamentales de la propia nación.
Asimismo, los Estados, por el propio sentido de responsabilidad, consonante con la confianza pública que les conceden sus ciudadanos, e igualmente en función del respeto que les merecen los vínculos de amistad y cooperación en las relaciones diplomáticas, deben hacerse representar en el exterior por sus ciudadanos “más dignos”, a quienes asimismo se les requiere “la capacitación y experiencia debidas” en este campo, indispensables para asegurar la eficacia de su gestión.
De esa forma, los Estados pueden proyectar una imagen “adecuada y confiable”, facilitando efectivamente el conocimiento de la idiosincrasia, la cultura y los niveles de superación de sus nacionales, imprescindible para la obtención de determinados objetivos de la política exterior, en la actual era del conocimiento y la información global.
Acertadamente, las gestiones de carácter económico y hoy constituyen parte imprescindible de la actividad diplomática de un considerable número de países, esencialmente lo concerniente a la promoción comercial, a la canalización de la inversión extranjera hacia el país, y, asimismo, a la debida función de protección y asistencia en este campo.
En el orden práctico, para ejercer apropiadamente su función, el jefe de misión diplomática debe estar convenientemente informado acerca de la situación de las relaciones entre el Estado que representa y el Estado receptor (u organismo internacional), y los resultados que su Estado se propone obtener de esas relaciones en su conjunto e, igualmente, respecto a asuntos concretos, “lo que exige que la misión tenga, cuando menos, instrucciones sobre la orientación general que ha de guiar toda su actuación y sobre los mínimos irrenunciables en cada caso particular” (E. Vilariño).
Es oportuno recordar, en igual sentido, que siendo Canciller de Chile, Alejandro Foxley afirmó: “Un buen diplomático es una persona que defiende los intereses de un país a partir de las certezas que da el Derecho Internacional, del conocimiento fino, profundo y equilibrado de la historia, del país, de la región y de un mundo actualmente globalizado. Que se guía por los principios permanentes de la política exterior y sus valores”.
Nuestra política exterior, añade Foxley, “ha sido implementada con un Servicio Exterior altamente profesional, habituado y acostumbrado a trabajar con un consistente sentido, y conforme a directrices estratégicas que se acuerdan en el nivel de Gobierno, cualquiera que sea el Gobierno, y que se desarrolla profesionalmente, disciplinadamente, ordenadamente y persistentemente, porque es un Servicio verdaderamente profesional. Y los países modernos avanzan, progresan y entran al primer mundo cuando sus instituciones tienen esa permanencia en el tiempo, ese sentido de Estado y ese sentido de Nación, más allá de los vaivenes de la política democrática, que siempre tiene ruidos, variaciones y alternancias”.
Téngase presente que la salvaguarda y promoción de los intereses del país en el exterior e igualmente su imagen y prestigio internacionales son indelegables responsabilidades del Servicio Exterior, debe recordarse que sin una carrera diplomática debidamente establecida, o bien, sin la “auténtica y efectiva profesionalización” del mismo, el personal diplomático tiende a ser de una imprevisible diversidad, con sus obvias consecuencias. Limitándose o negándose de esa manera, poder aprovechar eficazmente las oportunidades, y prevenir o enfrentar convenientemente los riesgos, que plantea el nuevo entorno internacional.
No obstante, “en principio, cada Estado es libre de instituir y elegir las autoridades y personalidades que lo representen en el exterior” (A. Plantey); conforme, naturalmente, a sus auténticos (y consistentes) objetivos en el campo internacional.
Recuérdese, finalmente, que tal como sostiene M. Ferreira Lemes: “Vivimos en la tercera ola preconizada por Alvin Toffler, en que el futuro se edifica a partir de los recursos del saber, de la inteligencia humana y la técnica. Esta es la efectiva y contundente era de la globalización”.

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