viernes, 18 de febrero de 2011

Individual de Aníbal Catalán en Drexel Galería


Por Elisa Amparo
Editora de Artes, Cultura y Espectáculos

MEXICO.-El vértigo, esa sensación de estar inmerso en lo infinito, es lo que inmediatamente experimentamos en la exposición de la más reciente producción del artista mexicano Aníbal Catalán (Ciudad de México, 1973). Apenas entramos a Drexel Proyectos notamos que el espacio de la galería se extiende indefinidamente por la pulsión de apertura que comunican las obras que se exhiben. Nos encontramos de pronto en un páramo en que se han diluido las fronteras entre el ¿adentro¿ y el ¿afuera¿, entre lo interno y lo externo. El espacio al que nos invitan los trabajos de Catalán no es cerrado, cuantificable por las dimensiones convencionales del hábitat doméstico o urbano; al contrario, se nos sitúa en un entorno inédito que pareciera ir surgiendo de manera espontánea.
Y es que la personalidad artística de Catalán está íntimamente permeada por su formación como arquitecto; de allí esa constante preocupación por los espacios que habitamos y que nos rodean. Es inevitable notar que esta preocupación tornase en lúdica especulación urbanística, en donde se mezclan las formas convencionales de la arquitectura con los símbolos de la diversidad, de lo heterogéneo: la tensión entre estas direcciones opuestas o fuerzas contrarias hace que la obra adquiera proporciones místicas, ideales. Toda la producción artística de Catalán se encuentra impregnada por este misticismo que alterna y confronta la materialidad de la urbe y la pureza matemática; la resultante de esta comunión divergente entre lo concreto y lo abstracto es una geometría alterna, difusa y fragmentaria, que rehúye toda medición. Producción toda de sugerencias y atisbos, podemos elegir al azar cualquiera de las obras de Catalán, y el resultado es el mismo: intuimos el espacio, mas no como lugar habitable, sino como construcción progresiva, cambiante. Morpho series nos lleva en este sucederse de explosiones conceptuales, formas inquietas y coloridas van y vienen, creando en cambios abruptos una alucinación caleidoscópica como alternativa a toda visión acomodaticia.
Nuestra percepción, acostumbrada a definir el espacio en términos de longitud, se ve contrariada por la disolución de límites que evoca Open Sky, cuadro que podríamos tildar con facilidad de abstracto, pero que nos exige no una interpretación racional de conceptos ocultos sino la aprehensión de los mismos a través de chispazos emotivos, de sensaciones inmediatas. El horizonte que se nos revela no posee señales de orientación, es un etéreo campo, híbrido de urbe y cosmos, en que nos conducimos a tientas, avanzamos intuitivamente en un paisaje que se ha despojado de toda extensión que lo delimite.
La ruptura de las magnitudes hace surgir la espacialidad: ése es el secreto que nos revela Red Cross, instalación que suspende los términos divisorios entre objeto y periferia e irrumpe de improviso en los espacios homogéneos. Inmediatamente nos llama la atención su etérea inmovilidad: sospechamos que es un símbolo con alcances cósmicos en que vienen latentes la atracción y unificación de lo circundante, sometiendo los materiales que la componen a un juego de deconstrucción de simetrías y contornos.
Este mismo ejercicio de supresión de dimensiones toma la apariencia de una óptica de la desproporción en Russian Power Tower, escultura que, aunque de evidente filiación constructivista, incorpora el azar como cimiento sobre el que se edifica una construcción que evoca el mito babélico en su búsqueda de la compenetración entre cielo y tierra. Se percibe el colapso de la estructura, pero este desmayo de la materia, sobrepasada por el horizonte al que apunta, expresa la tendencia de la forma a proyectarse al infinito; la altitud ha desbordado el corsé de la arquitectura convencional y nos indica el recorrido a un lugar que es todo amplitud.
Sin lugar a dudas, toda la obra de Catalán nos exhorta a una actitud de extrañamiento, de sospecha, frente a la familiaridad de los lugares herméticos, aquellos que reducen el espacio a la medida cerrada, al volumen contenido. Hay un interés por despojar de toda vestidura material a la forma para mostrarla en su desnudez geométrica, ése es el principio que rige todas las obras de la exposición: borrar extensiones, disolver la materialidad para liberar lo espacial del confinamiento que lo reduce a ¿lugares comunes¿. El territorio que se nos propone es etéreo, es el topos uranos de la espacialidad ilimitada que surge de la forma transgredida, voluble y transformable. La percepción deambula contemplativa en un espacio que la supera; es imposible delinear una topografía exacta de un sitio en que todos los caminos son posibles, porque toda ruta es efímera. Vértigo, desubicación, desorientación, son todas palabras que de manera parcial expresan el asombro que experimentamos al encontrarnos en una zona cuyas fronteras se distienden, cuyos límites se han desvanecido: nos vemos inmersos en la espacialidad misma. En ese momento toda sensación se acalla, el sentimiento de formar parte del infinito no se puede expresar en palabras, pues es solamente mirada gratificante de un inagotable

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